Nana, la luna y la cazuela
Siempre sentí que la vida para mí significaba sacrificio. Desde muy chica fui
criada con esa concepción y lógicamente crecí pensando que algún día, después
de tanto esfuerzo y dedicación, tendría mi recompensa. De alguna manera, pensaba que con el tiempo, podría reclamar
todos mis derechos a vivir plenamente, mi felicidad.
Así anduve varios años, hasta que un
episodio cambio mi visión para siempre…
Estudié, me recibí, hice buenos amigos, y buenos romances que
colorearon mis días de juventud. Y entre tantas querencias; hubo alguien que me hizo sentir que había
llegado a mi verdadero hogar. Alejandro,
mi gran amor, había colmado mis días con todo el amor que jamás pude imaginar.
Nos casamos en el 2003, llenos de sueños y
proyectos para la familia que queríamos construir. No sólo estaban nuestras expectativas, sino también la de nuestras familias. Ambos
éramos los hijos mayores y los primeros en casarnos; con lo cual, cargábamos con los sueños de
todos…
No podíamos quejarnos. Ambos teníamos un buen trabajo, nos llevábamos
bien, éramos compañeros el uno con el otro y realmente todo transcurría en
relativo orden.
Pero, había algo que ciertamente nos
inquietaba. Habían transcurrido cuatro años desde esa boda de ensueño, de
cargar con expectativas y nuestro deseo de ser padres siempre quedaba a la
mitad. Ciertamente teníamos problemas para concebir, y en un gesto desesperado de ambos, tratábamos
de postergar la visita al médico y sólo nos limitábamos a culpar al estrés de
nuestro ritmo diario con el fin de alivianar la pena y decepción que sentíamos
al ver que no estaba funcionando.
Fue en el marco de esa angustia encubierta,
que un día Alejandro me comunicó que partiría al Norte por un trabajo especial
que le habían encargado. Era agrimensor y sus viajes eran algo habitual para
nosotros. Sin embargo, ese día, sentí
que no quería quedarme sola tantos días.
Después de todo, iba a un campo; tal vez
no sería malo para mi mente y mi alma tan cargadas de ansiedad un poco de
silencio, quietud y naturaleza.
En medio de semejante soledad y quietud
conocí a Nana. Era una mujer ajada por los años y vivía próxima a nuestra
ubicación en medio de un bosquecito. Yo solía ir todas las tardes, en principio
para matar el aburrimiento y luego porque Nana era la vida misma cuando solía
cantar en una lengua que desconocía. Luego, por noticias que corren en los
pueblos supe que Nana era la curandera del lugar, y que un misterio siempre
rodeaba a esta mujer. Su belleza era notoria, a pesar del maltrato del tiempo y
la necesidad. Nana era alegría, y eso,
junto a sus enormes ojos negros eran su mayor belleza.
Hubo una noche… Nana cocinaba algo y yo
decidí contarle lo que me angustiaba.
Entre llantos y tristeza relataba mi vida y ella solo echaba cosas en la
olla; por momentos me miraba con tanta dulzura y serenidad que mi alma se
sentía más liviana con cada palabra que pronunciaba. Las frases se me entrecortaban por
momentos, y hasta recuerdo haber
relatado los hechos de mi vida que me habían marcado, con cierto desorden. Nana solo guardaba silencio. Y ese aroma…..el aroma de la cazuela era
embriagador. Era mágico.
Nana entonces me explicó que estaba
haciendo un plato especial para mí. A juzgar por la forma en que me lo dijo y
la luz de su rostro, ciertamente ese plato tenía algo de otro mundo.
Me dejó acercarme a la olla y aspirar
lentamente ese perfume. Me acarició el
cabello y me habló casi en un susurro. ... “Hijo no es derecho, hijo es regalo
de Dios y sabe que tú no querer soltar cuando llegue día. Tú no soltar nada de
vida. Vida es como comida de Nana en olla, todo revuelto en cazuela de conejo,
usted curiosa y piensa ¿qué pone Nana para que yo coma?…. Y al final, aroma de
olla lindo, a usted gusta y quiere comer. Cuando oler vida como cazuela de
conejo, entonces todo acomoda. No busca hacer correcto, sólo busca hacer con
aroma mágico”.
Después de lo dicho, Nana puso en mis manos
una bolita pastosa de color rojo intenso y me señaló la olla. Instintivamente pensé en mi deseo y como
quien suelta la vida, la arrojé sabiendo que esa noche cambiaría mi ser para
siempre.
El sabor de ese plato jamás lo volví a
experimentar. Era exactamente la mezcla
perfecta entre lo fuerte y lo suave. La
vida y la muerte. El lujo y la
vulgaridad.
Extasiada de comer y relamer mi plato
varias veces, me quedé dormida mirando la Luna con Nana. Ella me contaba
historias de su infancia y yo jugaba con sus canas; como juega una niña con los cabellos de su
abuela.
Muchas cosas cambiaron en mi vida desde ese
encuentro. Muchas cosas desde la llegada de Luna, que hoy tiene seis años y
cada tanto me pide que le relate como ella nació del deseo que arroje en una
cazuela de conejo. Le cuento una y otra vez sobre Nana, y sobre cómo me transformé aquella noche de
Luna Llena…
Nana amaba la Luna, decía que brillaba como
mujer misteriosa y serena….
Cuando ví a mi hija por primera vez, noté
que sus ojos eran así. Misteriosos y
serenos.
texto: Taty Rivero
INGREDIENTES (2 comensales):
- conejo troceado 600 gr
- papas 1/2 kilo
- tomate 1
- dientes de ajo 6
- cebollas 2
- cebollita de verdeo 1
- zanahoria 1
- morrón rojo medio (pimiento)
- morrón verde medio (pimiento)
- agua c/n
- sal
- pimienta
- pimenton rojo
- tomillo fresco
- romero fresco
- perejil fresco
- ajì molido abundante
- aceite de oliva 5 cucharadas
PREPARACIÓN:
Calentar el sarten y rehogar 2 dientes de ajo en camisa en oliva. Colocar los trozos de conejo, salpimentar y sellar. Reservar.
Calentamos la olla de barro y rehogamos en oliva 3 dientes de ajo, cebolla, el morrón cortado en trozos, la cebollita de verdeo, agregamos la zanahoria cortada en cubitos y tapamos. Cocinar unos minutos.
Agregar el tomate picado y los trozos de conejo y agua caliente hasta tapar los ingredientes.
Condimentar con pimentón, romero, perejil fresco, tomillo, ajì molido. Dejar cocinar durante 20 a 30 min o hasta que la carne del conejo este tierna. Agregar las papas crtadas en trozos grandes y cocinar 10 min mas o hasta que las papas estén cocidas. Rectificar sabores, sal pimienta , aji, etc...
Servir en cazuela de arcilla preferentemente. Acompañar con un buen vino rojo y pan casero.
Salut !
b.
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